Al ver a la multitud, subió al monte. Se sentó y se le acercaron los discípulos. Tomó la palabra y los instruyó en estos términos:
“Dichosos los pobres de corazón, porque el reinado de Dios les pertenece.
Dichosos los afligidos, porque serán consolados
Dichosos los desposeídos, porque heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque serán tratados con misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque se llamarán hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa del bien, porque el reinado de Dios les pertenece.
Dichosos vosotros cuando os injurien, os persigan y os calumnien de todo por mi causa. Estad alegres y contentos pues vuestra paga en el cielo es abundante".
Mateo 5:1-12
En las Bienaventuranzas, el Señor nos descubre el secreto del cristianismo, el verdadero sentido de la vida, aquello a lo que tenemos que aspirar porque ahí nos lo jugamos todo. Son reflejo de que el cristianismo no el al estilo del mundo, que llama felices a los ricos, a los poderosos, a los incrédulos, a los duros de corazón, a los que no carecen de nada.
Por una paradoja que sólo entienden los sencillos se puede ser feliz aunque tengamos dificultades, aunque lloremos, aunque no nos salgan bien las cosas en la vida, aunque seamos perseguidos. Porque nuestra felicidad brota del verdadero amor que reflejan las Bienaventuranzas y que, cuando uno lo ha descubierto, estrena cada día una felicidad que no se achanta con nada y que está al alcance de todos. Esa felicidad se llama Jesús y se refleja en las Bienaventuranzas.
Francisco Cerro Chaves