Un día entró Jesús en el Templo y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el Templo; volcó las mesas de los que cambiaban el dinero y los puestos de los vendedores de palomas. Y les dijo: "Está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración. ¡Pero vosotros estáis haciendo de ella una cueva de bandidos!". Aquel día los que no querían a Jesús se enfadaron todavía más.
Jesús, que no era nada tonto, se daba cuenta y a veces decía: "Mirad que tengo que sufrir mucho, me matarán y a los tres días resucitaré". Lo dijo en muchas ocasiones, porque nosotros, los discípulos, no nos lo podíamos creer. Sin embargo, poco a poco nos fuimos convenciendo de que había mucha gente que quería matar al maestro. Sin embargo, unos días antes de que lo crucificaran ocurrió algo fantástico.
Jesús y los discípulos estábamos cerca de Jerusalén y el maestro dijo:
_ Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traçedmelos.
Fueron dos discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada.
Y la gente que iba delante y detrás gritaba:
_ ¡Viva el Hijo de David!
_ ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
_¡Viva el Altísimo!
Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada:
_¿Quién es éste?
La gente que venía con él decía:
_ Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea.
Cuando vimos y oímos todo esto, nosotros, sus discípulos nos llenamos de alegría. También Jesús estaba contento, aunque algunos dicen que se le notaba preocupado. Sabía que todo podía cambiar de un momento a otro. Todos decían: "Viva", pero podían cambiar pronto de opinión.
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