Seguro que muchas veces habréis oído la expresión: "Tiene más paciencia que el santo Job".
Como todo, tiene una explicación. En este libro de la biblia, se narra la historia de un hombre, justo y bueno, que amaba a Dios y, por ello, cumplía fielmente con sus mandamientos.
Dios estaba por eso muy orgulloso de él, y así se lo hizo saber en un conversación, un día, a Satán. Sin embargo, éste, que siempre está al acecho para tentar, le dijo a Dios que probablemente Job le amaba porque no tenía ninguna desgracia: "Daña sus posesiones -afirmó-, y ya verás como te maldecirá en la cara". El Señor aceptó el desafío y multitud de desgracias comenzaron a sucederle al pobre Job, que aceptaba todo sin abrir la boca para maldecir a Dios.
Como veía que no lograba su propósito, Satán le dijo a Dios: "Hiérelo en la carne y en los huesos y verás cómo te maldice". Y Job sufrió llagas desde los pies hasta la cabeza. Los dolores eran tan grandes que incluso su mujer le incitaba a maldecir. A pesar de eso, no pecó con los labios.
Al conocer su sufrimiento, tres amigos de Job acudieron a consolarse con su presencia. Estuvieron siete días y siete noches a su lado, tan impresionados que no pudieron pronunciar palabra. A partir de aquel momento, los amigos de Job comenzaron a decirle que algún pecado muy grande debía haber cometido para sufrir tantos males. Pero Job tenía la conciencia tranquila. Él no había pecado. ¿Por qué, entonces, el Señor le enviaba estos sufrimientos?
A continuación, el libro de Job contiene unos díálogos impresionantes entre Job y sus amigos, Elifaz, Bildad y Sofar, que reflejan el misterio tremendo del sufrimiento inocente. Si Dios es justo y bueno, ¿por qué sufren los inocentes?
"Muera el día en que nací..., ¿por qué no perecí al salir de las entrañas...?": así comienza Job su discurso, expresando toda la angustia y el dolor de su corazón.
Sus amigos, empelados en que Job ha tenido que cometer grandes pecados, desvarían en sus razonamientos. Hasta que aparece el joven Eliú, que les hace ver a todos que tienen una actitud equivocada hacia Dios.
Sus designios son un misterio, y el hombre no puede pretender alcanzarlos con la pequeñez de su mente. Es entonces, cuando se produce una unión especial entre Job y el Señor, porque por fin Le ha conocido: "Te conocía sólo de oídas -le dice-, ahora te han visto mis ojos".
Dios es justo y el hombre debe abandonarse en sus manos.
Siempre habrá recompensa para los que le aman.
Como explica el final del libro, Job duplicó todas sus posesiones, el Señor le bendijo al final de su vida más aún que al principio, y murió anciano y satisfecho.
Fuente: Alfa y Omega (El Pequealfa)
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