Cuando David, rey de Israel, se sentía morir, dio instrucciones a su hijo Salomón:
«Ya me queda poco para morir, hijo mío. Esfuérzate y sé un buen hombre. Sé fiel a Yavé, tu Dios, caminando siempre por sus sendas, guardando sus mandamientos, sus leyes y preceptos, tal y como están escritos en la Ley de Moisés, para que seas afortunado en tu vida, hagas lo que hagas y vayas donde vayas. Así se cumplirá lo que Dios me dijo un día: "Si tus hijos siguen su camino ante mí en verdad y con todo su corazón y toda su alma, no te faltará jamás un descendiente sobre el trono de Israel».
Al poco tiempo, David murió y fue enterrado con sus antepasados. Así, Salomón subió al trono.
Una noche se le apareció Yavé en sueños y le dijo: "Pídeme lo que quieras".
Él le contestó: "Has tenido gran piedad con tu siervo David, mi padre, que fue fiel a Ti y gobernó con justicia y rectitud. Le prometiste que sus hijos se sentarían en el trono de Israel, como ocurre ahora. Me has hecho reinar, Yavé en lugar de David, mi padre, aunque yo no soy más que un niño, que no sabe por donde ir. El pueblo de Israel es muy grande... Dame Yavé un corazón grande y prudente para gobernar Israel y poder discernir entre lo malo y lo bueno, porque ¿cómo si no se puede gobernar un pueblo tan grande?"
Él le contestó: "Has tenido gran piedad con tu siervo David, mi padre, que fue fiel a Ti y gobernó con justicia y rectitud. Le prometiste que sus hijos se sentarían en el trono de Israel, como ocurre ahora. Me has hecho reinar, Yavé en lugar de David, mi padre, aunque yo no soy más que un niño, que no sabe por donde ir. El pueblo de Israel es muy grande... Dame Yavé un corazón grande y prudente para gobernar Israel y poder discernir entre lo malo y lo bueno, porque ¿cómo si no se puede gobernar un pueblo tan grande?"
Al Señor le agradaron mucho estas palabras de Salomón y le dijo: "Por haberme pedido esto y no haber pedido para ti larga vida ni riquezas, ni nada semejante, sino por haberme pedido rectitud y justicia para gobernar mi pueblo, te concederé todo lo que me has pedido.
Te doy un corazón sabio e inteligente como nadie antes lo había tenido ni lo tendrá. Y, además, te daré riquezs y glorias; ningún rey habrá tenido ni tendrá tantas y, además, si cumples mis mandamientos tal y como lo hizo David, tu padre, prolongaré tu vida".
Cuando Salomón se despertó de este extraño sueño, se presentó ante el arca de la Alianza en Jerusalén y allí hizo ofrendas a Dios. Después dio un banquete a todos sus servidores.
LA CONSTRUCCIÓN DEL TEMPLO
Fue sobre el año 480 de la salida de los israelitas de Egipto y el año cuarto de su reinado en Israel, cuando el rey Salomón decidió empezar a construir el templo del Señor, que albergaría el Arca de la Alianza.
Se sabe que estaba situado al norte de la antigua Jerusalén, en una colina que ya había adquirido su padre, David, para la construcción de este templo.
El autor de este relato, que puedes encontrar en la Biblia (1 Reyes, 6 y siguientes), describe el interior de este enorme edificio con bastante detalle. Por eso, hoy sabemos que el interior del templo estaba revestido de madera y que medía unos 40 metros, Además, estaba distribuido en tres partes: el vestíbulo, la nave y el camarín sagrado o lugar sagrado.
Cuando terminó la construcción de este templo, Salomón organizó una fiesta espectacular. Convocó a los ancianos de Israel, a los jefes de la tribu y a los cabeza de familia de los israelitas, para trasladar el Arca de la Alianza del Señor hasta el Templo. Después, todos los israelitas se congregaron en torno al rey Salomón. Se sacrificaron incalculables ovejas y bueyes para todos los que estaban allí.
El texto explica que, cuando los sacerdotes salieron del lugar sagrado, tuvieron que salir también del templo, pues se formó una nube inmensa, "de la Gloria de Dios que llenaba el templo", que hizo que no pudieran seguir oficiando el ritual. Esta nube era, en realidad, el incienso que se quemaba en la celebración, y que es un signo de la presencia misteriosa de Dios, velada y oculta a la vez en medio de la gente que le quiere.
Entonces, Salomón levantó las manos al cielo y, delante de su pueblo, bendijo al Señor, diciendo:
"Señor, Dios de Israel, no hay nadie más grande que Tú, ni en los cielos ni en la tierra. Tu guardas la alianza y la misericordia con tus siervos. Que estén abiertos tus ojos, noche y día, sobre este lugar en el que Tu has dicho En él estará mi nombre y oye toda la oración que tu siervo haga en este lugar. Oye y oyendo, perdona".
Salomón ofreció del templo al Señor y pronunció una larga oración en la que pidió por el pueblo de Israel, para que nunca abandonasen a su Dios y guardasen todos sus preceptos y mandatos.
Las fiestas de la dedicación del templo duraron 7 días. Cuando terminaron, todos regresaron contentos a sus hogares.
EL JUICIO DEL REY SALOMÓN
Dios le había prometido a Salomón una gran sabiduría y prudencia para poder ser justo cuando gobernase. Y uno de los ejemplos que más se recuerdan para comprobar que verdaderamente Salomón era un rey sabio, es éste que os vamos a relatar hoy:
Una vez llevaron ante el rey Salomón un caso extraño entre dos mujeres. Ambas vivían en la misma casa y habían tenido un hijo casi al mismo tiempo.
"Majestad -le dijo una- esta mujer y yo vivimos en la misma casa. Yo di a luz hace poco, y tres días después también tuvo ella a su hijo. Una noche, el hijo de esta mujer murió. Así que esta mujer cogió, mientras yo dormía, y cambió a mi hijo por el suyo, quedándome yo con un niño muerto.
Cuando me levanté por la mañana para amamantar a mi hijo, vi que estaba muerto, pero enseguida me di cuenta de que aquel no era mi hijo, no era el niño al que yo había dado a luz".
Entonces la otra mujer se puso a gritar: "¡Mentira! ¡Es mi hijo el que está vivo, el tuyo está muerto! Y así empezaron a discutir porque las dos decían que el hijo era suyo.
El rey Salomón, entonces, les mandó callar y dijo: "Traedme una espada". Y, con ella en la mano, ordenó: "Partid en dos al niño vivo: dadle una mitad a una madre y otra mitad a la otra. Así cada una tendrá una parte del niño".
Pero la verdadera madre del bebé, al oír esto, no pudo soportarlo: "¡No, por favor! -dijo-. No le matéis..., dadle el niño a ella, pero dejadlo con vida"...
Sin embargo, la otra mujer sostenía: "Ni para ti ni para mi, mejor será que lo dividan". Pero el rey Salomón ya había averiguado quién era la verdadera madre y dijo, señalando a la mujer que no quería que mataran al niño: "Dadle a esta mujer a su hijo porque ésta es la madre del niño".
El rey había comprendido que una madre nunca querría que su hijo muriese y que incluso aceptaría que otra fuera su madre.
Fuente: Alfa y Omega (Pequealfa)
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