Oseas fue un profeta contemporáneo de Amós, y el único profeta israelita, es decir, que provenía del reino del norte de Palestina. De todos los profetas, se dice que nadie como él supo expresar la ternura y la fidelidad de Dios Padre con su pueblo, a pesar de que éste le era infiel.
En su vida, Oseas vivió la desgracia de enamorarse de una mujer que no le fue fiel. Por esto sufrió mucho, ya que la amaba con todo su corazón, y no sabía cómo librarse de su dolor. La insultó, le quitó los regalos que le había hecho, la repudió…, pero todo era inútil, puesto que no lograba olvidar su amor. De repente todo tomó un giro inesperado: Oseas decidió enamorar a su mujer en el silencio del desierto, donde la hablaría al corazón.
A partir de aquí, un día Oseas quedó iluminado de golpe y descubrió cómo su experiencia de vida era un reflejo, aunque muy pequeño, de la relación de Dios con los hombres. El amor de Dios es tan grande, tan generoso, tan inmenso, que siempre acoge y perdona, a pesar de las ofensas que el hombre pueda cometer. Dios había amado a Israel con toda su fuerza. Sin embargo, Israel le había fallado, y había adorado a otros dioses, además de olvidar los preceptos de la Ley divina. ¿Abandonaría Dios a su pueblo definitivamente? No. Jamás. Porque su amor es más fuerte que cualquier infidelidad.
Oseas habla al pueblo de Israel y les critica por su falta de sinceridad, de misericordia y de respeto. Sus palabras son implacables. Destacan los hermosos versos que muestran el amor de Dios por los hombres. Dios habla en los labios de Oseas:
«Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más se les llama, más se alejan. Ofrecen sacrificios a los Baales, e incienso a los ídolos. Yo enseñé a andar a Efraím, lo levanté en mis brazos, pero no reconoció mis desvelos por curarle…»
Pero como Dios ama a los hombres, no puede castigarlos. Le vence su amor paternal, es misericordioso:
«Mi corazón se ha vuelto contra mí, una a una se han conmovido mis entrañas. No llevaré a efecto el ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraím, porque yo soy Dios y no un hombre, soy santo en medio de ti y no me complazco en destruir».
Fuente: Alfa y Omega (El Pequealfa).
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