Jesús estaba sentado en el templo enseñando a sus discípulos y a todas las personas que quisieran acercarse a escucharle. Fue entonces cuando levantando la vista vio algo que le llamó la atención.
En el atrio del templo donde Jesús estaba enseñando, se encontraban los buzones para las ofrendas. Lo que vio Jesús fue a ricos que traían sus ofrendas y las echaban en los buzones, por lo que las monedas sonarían estrepitosamente al caer.
Jesús también vio a una viuda pobre que echaba dos leptones. Eran las monedas más pequeñas que existían, es decir, lo que echó era casi nada. Las dos moneditas prácticamente no se oirían al caer en el buzón.
Un trabajador de aquella época cobraba un denario al día, que valía 100 veces más de lo que había echado aquella pobre mujer. Actualmente serían unos 50 céntimos de euro, meno de lo que vale una barra de pan.
Jesús se dirigió a los que le escuchaban y les dijo: "En verdad os digo que esta pobre viuda ha echado más que todos los otros". Los discípulos debieron quedarse perplejos después de haber escuchado el ruido de las monedas de los ricos.
Jesús les explicó que los demás habían echado a las ofrendas de Dios de lo que les sobraba. Es decir, lo que no necesitaban y de lo que podían prescindir sin que les costara nada ni sufrieran molestia alguna.
La viuda pobre, en cambio, desde su indigencia y desde su pobreza, había ofrecido a Dios lo que tenía para vivir y comer aquel día. Le había dado a Dios todo, con una generosidad que mostraba un gran amor a Dios.
Jesús aprovechó aquel ejemplo vivo para enseñarnos que lo que de verdad vale para dios es el corazón, no la materialidad de lo que se entrega a Dios. Porque Dios, nuestro Padre, que ve en lo secreto, nos lo recompensará.
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