Jesús predicaba por el valle del río Jordán y las multitudes acudían a Él para escucharle. Un joven se le acercó, se puso de rodillas y le dijo: "Señor, ¡qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?"
Jesús le dijo lo que el joven y nosotros hemos escuchado muchas veces: "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos". El joven quiso que Jesús mismo se los recordase y le preguntó: "¿Cuáles?"
Jesús le respondió: "No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre y, amarás al prójimo como a ti mismo".
El joven dijo: "Eso lo he guardado desde mi juventud; ¿qué mas me falta?" Jesús fijó en él su mirada y le amó, como había hecho con los apóstoles antes de llamarlos a que le siguieran.
"Aún te falta una cosa", le dijo Jesús, "si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, luego, ven y sígueme". Le estaba pidiendo que se convirtiera en uno de sus discípulos.
Al oír esto, el joven ser marchó abatido y entristecido porque era muy rico y tenía muchos bienes. Cuando se fue, Jesús les dijo a los apóstoles: "¡Qué difícil es que los que tienen riqueza entren en el Reino de los Cielos!"
Los apóstoles se quedaron sorprendidos de oírle. Jesús les dijo: "¡Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de Dios!" Los ojos de aguja eran puertas muy bajitas de las murallas de una ciudad.
Y del joven rico no supimos más, ni siquiera su nombre. Quien pudo ser uno de los discípulos y formar parte de la aventura de evangelizar el mundo, rechazó esta llamada por estar apegado a las cosas materiales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario