martes, 29 de marzo de 2022

JEREMÍAS

Jeremías nació en Anator, a cinco kilómetros de Jerusalén, y siendo muy joven es llamado por Dios para convertirse en profeta, el que habla en nombre de Dios. Es tan joven que le pide a Dios que le deje llevar una vida normal y no le haga profeta.

Dios le reconforta prometiéndole que estará siempre a su lado. Se dedica así a echar en cara al pueblo de Israel el haber traicionado a Dios. No basta con ofrecer sacrificios en el templo si después se olvidan los mandamientos y la caridad con los desfavorecidos.

Les pide a los israelitas que se conviertan; si no, un ejército del norte les destruirá. Los israelitas no obedecen y, como signo de lo que sucederá, Jeremías renuncia a casarse y a tener una familia para que sus hijos no sean asesinados en la guerra ni mueran de hambre. 

Nabucodonosor, rey de Babilonia, se presentó ante Jerusalén con todo su ejército. El rey de los judíos, Sedecías, le pide que realice un prodigio y aleje al enemigo. Jeremías responde que Jerusalén será destruida y los judíos esclavizados.

Ante esto, el jefe de la guardia del templo manda azotar a Jeremías y le deja durante un día y una noche encadenado junto a una de las puertas de Jerusalén, para que todo el mundo le vea. Pero ni aún así Jeremías deja de profetizar.

Le toman por un traidor y es encerrado en una cárcel inmunda. Pero en medio de todo esto, da una señal de esperanza, compra un campo y le pide a su secretario Baruc que entierre el contrato en una vasija para cuando todos vuelvan.

Finalmente, Jerusalén y su templo fueron destruidos. Los judíos, deportados a Babilonia donde, como Jeremías había predicho, se pasaron 70 años. Algunos salmos de la Biblia hablan de cómo lloraban los judíos junto a los ríos de Babilonia, recordando Jerusalén.

La fama de Jeremías creció con el tiempo y sus profecías se confirmaron. Cuando Jesús preguntó a sus discípulos quién decía la gente que era él, le respondieron: "Algunos dicen que Juan Bautista, otros que el profeta Elías, otros que Jeremías...".







jueves, 17 de marzo de 2022

TOMÁS

 Tomás fue uno de los doce apóstoles escogidos por Jesús para acompañarle durante su vida pública. Le llamaban el Mellizo, aunque no se sabe si era porque tenía un hermano mellizo o por su parecido con alguien del grupo de los doce.

Era un hombre apasionado y que quería mucho a Jesús. Antes del prendimiento de Jesús y de su pasión y, ante el miedo que tenían los apóstoles de acercarse a Jerusalén, Tomás dijo a los demás: "Vayamos también nosotros y muramos con Él".

Pero la verdad es que como todos los apóstoles, huyó en el huerto de Getsemaní, dejando a Jesús solo, que vivió la pasión con la única presencia de María su madre, el apóstol Juan y algunas piadosas mujeres.

Cuando Jesús resucitó se apareció a los discípulos que estaban ocultos por el miedo a ser detenidos y sufrir lo que le había pasado a su maestro. Los apóstoles se pusieron muy contentos de ver a Jesús y se les quitó el miedo.

Tomás no estaba con ellos, no sabemos si porque creía que todo había terminado con la muerte de Jesús o porque no tenía tanto miedo como los demás. El resto de los apóstoles le dijeron que habían visto a Jesús.

Tomás no se lo creía y estuvo riéndose de lo que decían los apóstoles por creer que veían visiones. Y fue capaz de decir que "si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré".

Ocho días después, seguían los apóstoles reunidos, y esta vez si estaba Tomás. Se les apareció Jesús y le dijo a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente".

Tomás le dijo una frase preciosa: "Señor mío y Dios mío". Y de verdad que fu su Señor y su Dios porque cruzó desiertos y llegó a la India donde evangelizó hasta su muerte y donde se conservan los restos de quien metió los dedos en el costado de Dios.