Jesús era amigo de una familia de tres hermanos que vivían en un pueblecito cercano a Jerusalén, Betania. Los tres hermanos eran Lázaro, Marta y María, y Jesús solía pasar por su casa donde le trataban con mucho cariño.
Lázaro se puso enfermo, cuando Jesús estaba lejos predicando la Buena Nueva. Sus dos hermanas enviaron a decirle: "Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo". Cuando Jesús se enteró, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba.
Después partió hacia Betania. Jesús dijo a sus discípulos que le acompañaban: "Nuestro amigo Lázaro duerme pero voy a despertarle". Le dijeron sus discípulos: "Señor, se duerme, se curará". Creían que hablaba del descanso del sueño.
Entonces Jesús les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos donde él". Nadie le había comunicado a Jesús que Lázaro había muerto pero Jesús ya lo sabía.
Cuando Jesús llegó a Betania, Lázaro llevaba cuatro días muerto y en el sepulcro, Marta, la hermana de Lázaro, le salió al encuentro y le dijo: "Señor, si hubieras estado aquí no habçia muerto mi hermano". Y fue a llamar a su hermana María.
María salió rápidamente a verle. Y le dijo lo mismo que su hermana. Llevaron a Jesús ante el sepulcro de Lázaro. Jesús se echó a llorar. La gente decía: "Este, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que no muriera?"
El sepulcro era una cueva y tenía puesta encima una piedra. Jesús dijo: "Quitad la piedra". María le dijo que ya olía, porque llevaba cuatro días muerto. Jesús le respondió: "¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?" Y Jesús rezó.
Jesús gritó con fuerte voz: "¡Lázaro, sal fuera!. Y salió el muerto, atado de pi es y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: "Desatadlo y dejadle andar". Cuando vieron lo que había hecho, muchos creyeron en Jesús.
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