Tras la muerte de Jesús, dos de sus discípulos iban a un pueblo que se llamaba Emaús a 32 kilómetros de Jerusalén y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y mientras ellos hablaban, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos.
No le reconocieron y Él les preguntó: "¿De qué discutíais entre vosotros?" Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás respondíó: "¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe lo que ha ocurrido estos días?".
Jesús les preguntó qué había ocurrido. Él les dijo: ¿Qué?. Ellos le contaron lo que había pasado con Jesús, su condena, la cruz, cómo esperaban que Él fuera el Mesías. Algunas mujeres les habían sobresaltado diciendo que se había aparecido.
Jesús les amonestó y les dijo: "¿Acaso no era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?". Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras.
Cuando llegaban a Emaús, adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le retuvieron diciéndole: "Quédate con nosotros, porque cae la tarde y el día ya ha declinado". Y Jesús entró a quedarse con ellos.
Se sentaron a la mesa y Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Jesús desapareció de su lado.
Se dijeron uno a otro: "¿No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?". Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén donde los apóstoles les dijeron que Jesús había resucitado.
Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan. Durante 32 kilómetros no lo habían reconocido, algo que nos puede pasar a nosotros si no vemos a Jesús en nuestros hermanos.
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