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lunes, 18 de mayo de 2015

JONÁS Y LA BALLENA

Jonás huía, iba huyendo hacia el mar.




- Vete a Nínive -le dijo Dios a Jonás-. Allí la gente está haciendo cosas horribles. Diles que dejen de ser malos o tendrán problemas.


Pero Jonás no quiso hacer lo que Dios le mandaba y por eso huía de Dios.
Se subió a bordo de un barco para huir. 



Estaba tan cansado que se durmió y no se di cuenta de que el viento soplaba cada vez con más fuerza.


Las olas sacudían y movían violentamente el barco, pero Jonás no se daba cuenta, como tampoco oía los gritos de los asustados marineros.


- ¡Despierta, vamos, despierta! -le gritó el capitán sacudiendo con fuerza a Jonás-. Reza tus oraciones antes de que naufraguemos.
Pero Jonás estaba alejándose de Dios. ¿Cómo podía pedirle que les ayudase?


-Todo ha sido por mi culpa -dijo Jonás a los marineros-. Debéis tirarme al mar.
Nadie quería hacerlo, pero finalmente lo tiraron.


El mar se calmó. Jonás se fue hundiendo más y más. Cada vez, más profundo. Pero Dios no permitió que se ahogara y le envió una ballena muy grande.




Glup, glup, glup. Jonás estaba a salvo dentro de la ballena. Allí dentro todo se movía. Estaba oscuro y pegajoso. ¡Pero Jonás estaba vivo!
-Me has salvado -dijo jonás a Dios-. Gracias. Me arrepiento de haber huido. La próxima vez haré lo que me digas, si alguna vez salgo de aquí.



Jonás permaneció dentro de la ballena durante tres días. Después... la ballena escupió a Jonás, que fue a parar a una hermosa playa.
Jonás respiró profundamente el aire fresco.




Otra vez Dios le dijo a Jonás que fuera a Nínive.

Esta vez Jonás obedeció.