Namán era el jefe del ejército de Siria, país enemigo de Israel y era leproso. Toda su piel estaba como carcomida por la lepra. Un día el rey de Siria lo mandó al rey de Israel para que lo curara de su lepra. El rey de Israel se asustó mucho porque no sabía cómo curarlo.
El rey de Israel tenía miedo de que si no curaba a Namán, el rey de Siria le declarase la guerra. Eliseo, que era profeta de Dios, fue a ver al rey y le dijo que no temiera que él curaría su lepra a Namán, y así todo el mundo vería que Dios estaba con Israel.
Namán con todos sus carros y caballos se dirigió a la casa de Eliseo y se detuvo a la puerta de su casa. Y Eliseo le mandó un mensajero para decirle: "Ve y lávate siete veces en el río Jordán y tu carne sanará y se curará".
Namán se enfadó mucho porque pensaba que saldría el mismo Eliseo a hablarle y además pensó que los ríos de su país eran mejores que el Jordán. Pero un siervo suyo le dijo: "Si te hubiera mandado algo difícil no lo habría hecho, cuanto más esto que es tan fácil".
Namán se dirigió al río Jordán y se lavó en él siete veces como le había mandado el profeta Eliseo y toda su carne y su piel quedó sin resto alguno de la lepra que le había hecho tanto daño.
Volvió Namán a ver a Eliseo y cuando llegó se presentó a él y le dijo: "Ahora reconozco que no hay en toda la tierra otro Dios sino el Dios de Israel. Me permitirá ahora que le dé un regalo de agradecimiento".
Eliseo le respondió: "no puedo aceptarlo porque es Dios quien te ha limpiado". Y por mucho que insistió Namán en darle un regalo, Eliseo se negó porque sabía que él era solo un hombre que no habría podido hacer nada por Namán, solamente Dios.
Quedó así claro ante todos que Dios estaba con su profeta Eliseo. Y Eliseo se dedicó a hacer el bien, siendo justo y caritativo el resto de los días de su vida, como debemos hacer cada uno de os que creemos verdaderamente en Dios.
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