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jueves, 9 de octubre de 2014

VIRTUDES TEOLOGALES

En el Bautismo Dios infunde en el alma, sin ningún mérito nuestro, las virtudes, que son disposiciones habituales y firmes para hacer el bien. Las virtudes infusas son teologales y morales. Las teologales tienen como objeto a Dios; las morales tienen como objeto los actos humanos buenos. 
Las teologales son tres: fe, esperanza y caridad.



¿Qué es la fe?

La fe es la virtud teologal por la cual creemos en Dios, en todo lo que El nos ha revelado y que la Santa Iglesia nos enseña como objeto de fe.

¿Qué es la esperanza?

La esperanza es la virtud teologal por la cual deseamos y esperamos de Dios, con una firme confianza, la vida eterna y las gracias para merecerla, porque Dios nos lo ha prometido.

¿Qué es la caridad?

La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios, con el amor filial y fraterno que Cristo nos ha mandado.





TRES PIEDRAS PRECIOSAS

Cuentan los cuentos que, el primer árabe que se aventuró a cruzar el desierto, se encontró junto a una cueva con un anciano de aspecto venerable quien le preguntó:
- Joven, ¿A dónde vas?

- Quiero cruzar el desierto, hombre de Dios...

El anciano quedó pensativo un momento, y luego añadió:
- Deseas algo difícil. Para cruzar el desierto te harán falta tres cosas: Toma estas piedras. Este topacio es la fe, amarillo como las arenas del desierto; esta esmeralda es la esperanza, verde como las hojas de las palmeras; y este rubí, es la caridad, rojo como el sol de poniente. Anda siempre hacia el sur y encontrarás el Oasis de Náscara, donde vivirás feliz. Pero no lo olvides: Por nada pierdas ninguna de las piedras, de lo contrario, no llegarás a tu destino.

El joven se puso en camino, y recorrió primero ágilmente y conforme fue pasando el tiempo más penosamente kilómetro tras kilómetro a través de las dunas amarillentas del desierto, montado sobre su camello.

Un día le asaltó una duda:
- ¿No me habrá engañado el anciano? ¿Y si no existiera el Oasis que me prometió, y el desierto no tuviera realmente fin?

Ya iba a volverse, cuando notó que "algo" se le había caído sobre la arena... Era el topacio. El joven se bajó para cogerlo y pensó:
- No, no. Tengo que confiar en la promesa del anciano. Seguiré mi Camino.

Pasaron muchos días. El sol, el viento, el frío de la noche, y la falta de víveres le iban agotando. Sus fuerzas desfallecían y ni una palmera ni una fuente se veían por el horizonte sin fin... Ya iba a dejarse caer del camello para aguardar la muerte bajo su sombra, cuando notó que se le caía algo al suelo... Era la esmeralda. El joven se bajo a recogerla y se dijo:
- Tengo que ser fuerte... tal vez, un poco más allá, estará el Oasis. Si no sigo, moriré sin remedio. Mientras tenga un soplo de vida continuaré mi viaje.

Siguió el joven su camino, cuando encontró un pequeño charco de agua junto a una palmera. Ya iba a lanzarse sobre aquel diminuto "oasis" cuando vio los ojos de su camello suplicantes y tiernos, como los de un hombre pordiosero, solicitando el agua. Pensó, entonces, que debería tener piedad de su animal desfallecido... él aún podía resistir un poco más, y el camello lo había llevado hasta allí... entonces, dejó que la bestia bebiera aquellos pocos sorbos.

¡Cuál no sería su asombro cuando el camello cayó muerto a sus pies! El agua estaba corrompida, y su animal se envenenó... En el suelo, notó el joven que brillaba el rubí, que se le había caído, y lo recogió, dando gracias al Cielo por haber recompensado su generosidad, y evitado su muerte.

Sintió ánimos renovados, y después de un corto trayecto, alzó la mirada y vio a lo lejos unas palmeras: ¡Era el oasis de Náscara! Al llegar, encontró junto a una limpia fuente, a un anciano que le sonrió alegremente y le dijo:
- Has llegado a tu destino puesto que has conservado las tres piedras preciosas: La fe, la esperanza y la caridad. ¡Ay de ti si hubieras perdido alguna!, ¡hubieras perecido sin remedio!
El anciano, después de ofrecerle agua fresca y dátiles, se despidió de aquel joven diciéndole:

- Guarda siempre, a lo largo de tu vida, muy cerca de tu corazón, el topacio, la esmeralda y el rubí. Sólo así llegarás a cualquiera que sean tus metas... ¡Nunca los pierdas!

P. César Piechestein

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