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jueves, 17 de septiembre de 2015

EL LIBRO DE JOSUÉ

Antes de morir, Moisés dejó a Josué como su sucesor y guía del pueblo israelita.
En la Biblia, todo un libro, el Libro de Josué, narra las hazañas del pueblo judío para conquistar la Tierra Prometida en la que ya vivían diferentes pueblos y tribus.
Josué significa ¡Dios salva! y es un nombre que resume de forma muy acertada el contenido de este libro. Dios pone a prueba a su pueblo elegido. Él les regala una tierra para ellos, y ellos le deben amor y fidelidad.

Los israelitas que escribieron, inspirados por Dios, este libro quisieron dejar constancia de que Dios estuvo siempre presente en las hazañas de su pueblo.
Dios estuvo presente cuando los israelitas pasaron el río Jordán, un río caudaloso cuyas aguas se detuvieron formando un dique cuando los hombres que portaban el Arca de la Alianza, sínbolo del pacto entre Dios y los israelitas, pisaron la orilla y así todo el pueblo pudo atravesarlo.

Una vez atravesado el río Jordán, los israelitas se dirigieron al oasis de Jericó. Por fin acamparon y construyeron un campamento que llamaron Guilgal. Allí celebraron la primera Pascua y desde el día siguiente comieron de los frutos de la tierra. Desde ese momento, el maná con el que Dios les había alimentado en el desierto dejó de caer. Ya no hubo más maná para los hijos de Israel, que se alimentaron desde aquel año de los frutos de la tierra de Canaán.

En el libro de Josué se narra cómo los israelitas conquistaron ciudades como Jericó y Hai, y cómo no, después de haberse apoderado de aquellas poblaciones y haber ofrecido los bienes que conquistaron a Dios, se repartieron aquellos territorios entre las doce tribus que formaban el pueblo israelita.
Se dividió así el país de Canaán en doce provincias, repartidas a cada tribu por sorteo, para que no hubiese lugar a injusticias o favoritismos.

Cuando Josué veía próximo el fin de su vida, quiso hacer testamento. De esta manera, convocó a todo el pueblo de Israel, a los ancianos, a los cabeza de familia, jueces y alguaciles, y les habló.
En su discurso les explicó que Dios había estado siempre a su lado y que por lo tanto debían esforzarse en cumplir la Ley de Moisés. No deberían  nunca olvidar que todas las promesas que Dios les había hecho las había cumplido.

Después, Josué reunió en Siquem a los representantes de las tribus israelitas para renovar la promesa de la Alianza que Dios había hecho con ellos.
"Temed al Señor -les dijp Josué-, servidle con sinceridad; quitad de en medio los dioses a los que sirvieron vuestros padres al otro lado del río y en Egipto, y servid al Señor".
Y el pueblo gritaba: "¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros!"

Entonces Josué ordenó que se purificaran y renovó la Alianza levantando, como testimonio de aquel hecho, un altar.
Josué murió a la edad de ciento veinte años. Había concluido su misión y fue sepultado en las montañas de Efraín.

Fuente: Alfa y Omega (El Pequealfa)






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