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viernes, 29 de marzo de 2013

VIERNES SANTO


Jesús salió de la sala y se llevo a Pedro, a Santiago y a Juan, y marcharon al Monte de los Olivos. ¡Qué triste estaba Jesús! Sabía que pronto lo iban a matar. 
 Decía:
—Me muero de tristeza.
Y rezaba, lleno de terror:
—Padre: tú lo puedes todo, Líbrame de la muerte. Pero  que no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.
Mientras Jesús rezaba, sus discípulos se durmieron. ¡Qué poco aguantaron! ¡No entendían nada de lo que estaba pasando!


Cuando estaba hablando con Pedro, Santiago y Juan, se presentó Judas, uno de los  discípulos más cercanos, y con él gente con espadas y palos, mandada por las autoridades. Ellos sujetaron a Jesús y se lo llevaron.
Judas había traicionado a Jesús a cambio de unas monedas.

           

Y todos sus amigos, se asustaron, lo abandonaron y huyeron.
Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los jefes religiosos. Lo acusaban de muchas mentiras y al final lo condenaron a muerte por decir una verdad, por confesar que él era el Hijo de Dios.
Los soldados y los criados le escupieron y lo abofeteaban.
El pobre Pedro no se atrevió a decir que él era seguidor de Jesús. ¡Qué mal lo paso! Tenía mucho miedo. Cuando canto un gallo, se dio cuenta de lo que había hecho y lloró muchísimo. 



Al día siguiente, los sacerdotes con los ancianos entregaron a Jesús a Pilato.
Pilato quería saber la verdad, y se dio cuenta de que Jesús era inocente. Pero no quería quedar mal con los sumos sacerdotes. Como no sabía ya que hacer preguntó al pueblo
—¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?
Y el pueblo, engañado por los jefes religiosos gritaba
—Crucifícalo. Crucifícalo.
Los soldados se lo llevaron al interior del palacio de Pilato. Le pusieron  una corona de espinas, que habían trenzado, le golpearon la cabeza con una caña y le escupieron. Jesús callaba, no abría la boca. A nadie devolvió mal por mal
Terminadas las burlas, le pusieron una cruz en sus espaldas y llevaron a Jesús a un monte. Lo  crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver  lo que se llevaba cada uno. Algunos lloraban, otros se reían y le decían:
—¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres  días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.



Desde la cruz, Jesús, a pesar de que no tenía fuerza ni siquiera para sostener la cabeza, dijo cosas impresionantes:
- Dios mío, Dios mío,  ¿por qué me has abandonado?
- Padre, perdónales, que no saben lo que hacen
- Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu
Jesús murió. Cogieron su cuerpo, lo envolvieron en una sábana y lo colocaron en un sepulcro.



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