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viernes, 18 de julio de 2025

SIMÓN PEDRO

 


Simón era un humilde pescador, que vivía en la ciudad de Cafarnaún, a orillas del mar de Galilea. Era una ciudad muy importante porque era la ruta obligada para ir a los países vecinos, a Egipto, a la Mesopotamia y al mar. Por allí pasaban muchas caravanas comerciales, había una legión romana y un centurión, una sinagoga importante que estaba a cargo de Jairo y un puesto de recaudación de impuestos en el que trabajaba Mateo.

Una tarde, al llegar cansado a la orilla después de una jornada agotadora, Simón se encontró con una gran multitud de personas que estaban escuchando al Maestro. Era Jesús. Simón se disponía a anclar su barca y a sacar las redes a la costa para limpiarlas, cuando Jesús le pidió que le prestara su barca para poder hablar a la multitud desde el mar, de manera que todos pudieran escucharlo sin dificultad. Después de enseñar a la multitud, dijo a Pedro: «Navega mar adentro, y echa tus redes al mar». ¿Quién podía darle instrucciones a él, que era un pescador de oficio? ¿Qué sentido tenía volver a echar las redes, si habían estado desde la madrugada sin poder pescar nada de nada? Además, las redes estaban recién limpias y ya secas para ser guardadas... Pero algo en el corazón de Simón le decía que tenía que obedecer a Jesús, que era importante hacer lo que Él le indicaba. Simón echó sus redes al mar, y sacó tantos pescados que tuvo que hacer señas a la orilla para que lo vinieran a ayudar. Y arrojándose a los pies de Jesús, le confesó una gran verdad: «Aléjate de mí, porque soy un pecador». Pero Jesús lo eligió para que fuera su discípulo, y le dijo: «No te preocupes; de ahora en adelante, te llamarás Pedro y serás pescador de hombres».

Desde ese momento, Simón Pedro siguió a Jesús por todos lados. Era muy impulsivo y atolondrado. Se entusiasmaba con facilidad y se desalentaba con rapidez. Tenía gran facilidad para hablar, pero a veces hablaba de más... Muchas veces, Jesús tuvo que reprenderlo o volverle a explicar las cosas con paciencia cuando no las entendía. En la última cena, y frente al dolor de Jesús, Pedro le prometió a su maestro: «Yo nunca te abandonaré... estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte», pero Jesús le respondió: «Yo te aseguro que, antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces» (Lc 22, 31-34). Y así fue. En los momentos más difíciles y dolorosos, Pedro abandonó a su Maestro, y lo negó tres veces. Al cantar el gallo recordó las palabras de Jesús y lloró amargamente su pecado. Pero Jesús lo amaba así como era, aunque fuera débil y pecador, y perdonó su pecado.

Jesús resucitado estuvo con Pedro varias veces, y una vez a orillas del mar de Galilea le preguntó por tres veces: «Pedro, ¿me amas?», y Pedro lleno de amor le contestó: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo» (Jn 21, 1-14). Jesús le pidió a Pedro que cuidara de sus ovejas, que se pusiera al frente de sus discípulos para construir la Iglesia. Pedro guió a la primera Iglesia y se convirtió en el primer Papa. Escribió dos cartas para enviar a las Iglesias dispersas por el imperio, que forman parte de los libros del Nuevo Testamento.

Un pescador cobarde y débil se convirtió, por la fuerza de la resurrección, en un luchador fuerte y valiente, que terminó dando su vida por Jesús. Pedro murió en la ciudad de Roma, durante la persecución de Nerón, crucificado cabeza abajo. Sobre su tumba fue construida la Basílica de San Pedro en el Vaticano.
Su fiesta se celebra el 29 de junio.



jueves, 3 de julio de 2025

JACOB Y ESAÚ


Isaac, el hijo de Abraham, conocido como el hijo de la Promesa, tuvo dos hijos. Uno fuerte y agreste, Esaú y otro apacible y sencillo llamado Jacob. Esaú era el primogénito y, en aquella época, el primer hijo se llevaba todas la riquezas y bienes de la familia.

A Esaú le gustaba cazar y era el preferido de su padre Isaac, quien esperaba que cuando creciera se quedara con su herencia y todos sus bienes. En cambio, a Jacob le gustaba estar en su tienda y era el preferido de su madre Rebeca.

Un día Esaú llegó cansado del campo y sin haber cazado nada y vio que su hermano Jacob se estaba preparando un plato de lentejas. Jacob que era más listo que su hermano le dijo que le vendiera su primogenitura a cambio del plato de lentejas.

Esaú aceptó el trato y le dijo: "Estoy que me muero de hambre, ¿qué me importa la primogenitura?". Jacob le pidió que se lo prometiera. Esaú le prometió la primogenitura y se puso a comer el guiso de lentejas.

Cuando el padre de los dos, Isaac, se sintió anciano y se quedó ciego, llamó a Esaú para dar le su bendición y entregarle todos sus bienes. Y le dijo: "Coge tu arco, caza algo y prepárame con ello algo de comer". Esaú no dijo nada de la promesa a Jacob.

Rebeca, la madre, lo escuchó todo y llamó a Jacob. Entre los dos prepararon un cabrito del rebaño que tenían y Rebeca vistió a Jacob con las ropas de su otro hijo Esaú. Como Esaú era peludo, Rebeca le puso a Jacob la piel de los cabritos en el cuello y los brazos.

Jacob le presentó a su padre el guiso de cabrito que había hecho. Isaac sospechaba algo y tocó a Jacob pero vio que era peludo y que las ropas eran de Esaú. Isaac comió y después bendijo a Jacob y le hizo entrega de todos sus bienes.

Cuando Esaú volvió de cazar y fue a pedir la bendición de su padre, Isaac se dio cuenta de que había sido engañado y se lo dijo a Esaú. Éste se enfadó pero ya era tarde. Jacob que también se llamó Israel fue elegido y tuvo como descendencia un gran pueblo.


                            

domingo, 18 de mayo de 2025

CAÍN Y ABEL

Adán y Eva, después de ser expulsados del Paraíso, tuvieron dos hijos que alegraron su vida. El primero se llamó Caín y se hizo labrador y se dedicó  a cultivar la tierra. El segundo se llamó Abel y fue pastor y apacentaba el ganado.

Cuando Caín y Abel fueron mayores hicieron una ofrenda a Dios. Abel ofreció a Dios lo mejor de su ganado. Caín, en cambio, ofreció los frutos de la tierra, pero lo hizo a regañadientes y sin ofrecer lo mejor que tenía.

Dios agradeció a Abel su ofrenda porque además de darle lo mejor que tenía, lo había hecho con generosidad de corazón. La ofrenda de Caín no le gustó a Dios porque no lo había presentado con el corazón como su hermano Abel.

Caín se enfadó y andaba triste porque Dios no había aceptado su ofrenda. Dios habló entonces a Caín y le dijo: "Si obraras bien no andarías con la cabeza baja y triste". Caín envidiaba a su hermano que era bueno.

Un día Caín ke dijo a su hermano Abel que le acompañase al campo. Abel, confiado, acompañó a su hermano Caín. Y cuando estaban en el campo Caín se lanzó sobre Abel, su hermano y lo mató.

Después de que Caín cometiese la atrocidad de matar a su hermano, Dios le dijo: "Caín, ¿dónde está tu hermano Abel? Dios sabía que lo había matado, pero quería ver la dureza de Caín. Éste le contestó: "No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?

Vio entonces Dios la maldad del corazón de Caín y se enfadó mucho con él: "¿Qué has hecho? ¿Cómo has podido matar a tu propio hermano? Y Dios maldijo a Caín porque había cometido el pecado de matar a su propio hermano.

Caín se alejó de la presencia de Dios, es decir, nunca más volvió a hablar con él y tuvo que andar como fugitivo por toda la tierra. Su nombre desde entonces recuerda que la envidia nos puede llevar incluso a lo peor, a matar a nuestro propio hermano...





sábado, 3 de mayo de 2025


Job era un buen hombre que amaba a Dios y guardaba sus mandamientos. Él y su esposa tenían diez hijos y tenía muchos rebaños de animales y una gran riqueza.

Dios permitió que se pusiera a prueba la fe de Job. Job experimentó cosas difíciles.

Un día, muchos de los animales de Job fueron robados. Más tarde, un fuego quemó todas las propiedades de Job y mató a todos sus sirvientes y los demás animales. Luego, una tormenta derribó la casa de un hijo de Job. Los hijos de Job estaban adentro y todos murieron. A Job y a su esposa no les quedaba nada más que su salud.

Job y su esposa estaban tristes. Lo perdieron todo, incluso a sus hijos, pero Job todavía tenía fe en Jehová. No culpaba al Señor por lo sucedido.

Entonces, Job enfermó gravemente; llagas dolorosas le cubrieron el cuerpo. Job y su esposa se preguntaban por qué estaban sucediendo todas esas cosas malas.

Dios habló a Job y le mostró la tierra, las estrellas y todos los seres vivientes. Le enseñó una lección importante. Todas las cosas fueron creadas para ayudar a los hijos del Padre Celestial a aprender acerca de Su Hijo Jesucristo y a seguirlo.

Job se arrepintió y le pidió a Dios que lo perdonara por dudar. Prometió confiar en Dios. Dios sabía que Job lo amaba. Sanó a Job y lo bendijo con más hijos y el doble de la riqueza que tenía antes.

 

viernes, 25 de abril de 2025

ELÍAS

 


Elías fue elegido por Dios para ser profeta y llevar su mensaje al pueblo de Israel. Fue un momento importante en su vida cuando Dios le habló y le dio la misión de confrontar al rey Acab y a los falsos profetas.

Elías pronunció una profecía de sequía sobre la tierra como consecuencia de la desobediencia del rey Acab y del pueblo hacia Dios.

Ahora, Elías era un profeta muy valiente y obediente a Dios. Un día, Dios le dijo que fuera a ver al rey Acab, quien no estaba siendo muy bueno. Elías le dijo que no habría lluvia en Israel por un tiempo ¿y así fue!

Durante tres años no cayó ni una sola gota de lluvia sobre la tierra. Esto causó mucha sequía y escasez de alimentos.

¿Sabías que incluso cuando no llovía Dios cuidaba de Elías? Le dijo a Elías que fuera a un arroyo y que allí tendría agua para beber. También le mandó cuervos que le llevaron comida. Asombroso, ¿verdad?

Después de un tiempo, Dios le dijo a Elías que fuera a ver a una viuda en Sarepta. Ella era muy pobre y apenas tenía comida para ella y su hijo. Elías le dijo que no tuviera miedo y que confiara en Dios. Milagrosamente su harina y aceite nunca se acabaron mientras Elías estuvo con ella. Fue un momento asombroso de provisión divina.

Después de tres años, Dios le dijo a Elías que se presentara ante el rey Acab y le anunciara que la lluvia volvería a caer sobre la tierra. Cuando Elías se encontró con Acab, desafió a los profetas de los dioses falsos a un concurso. Les dijo: "Preparemos dos altares y pongamos un buey en cada uno. Luego, invocaremos a nuestros dioses para que envíen fuego y quemen el sacrificio".

Los profetas de los dioses falsos hicieron todo lo posible para que su dios respondiera, pero no pasó nada. Entonces, Elías construyó su altar y lo preparó con mucho cuidado. Luego, oró a Dios diciendo: "Dios de Abraham, Isaac e Israel, demuestra hoy que tu eres el único Dios verdadero". En ese momento, ¡un fuego descendió del cielo y quemó el el sacrificio de Elías!

El pueblo, al ver esto, se dio cuenta de que solo había un Dios verdadero. Después de eso, Elías le dijo al rey Acab: "¡Escucha, la lluvia está llegando!" Y pronto, las nubes se formaron en el cielo y la lluvia comenzó a caer sobre la tierra, trayendo bendición y alivio a todos.

Después del desafío en el monte Carmelo, la reina Jezabel se enfadó y amenazó con matar a Elías. Esto lo llevó a huir y refugiarse en el desierto, donde Dios lo fortaleció y le dio ánimo para continuar su misión.

Más tarde, Elías tuvo un encuentro especial con Dios en el monte Horeb. Allí, experimentó un fuerte viento, un terremoto y un fuego, pero finalmente escuchó la voz suave y apacible de Dios.

Aunque Elías se siente solo, Dios lo consuela y le revela que no está solo, que hay otros fieles en Israel. Esto le recordó que Dios estaba con él y que debía seguir adelante en su labor profética.

Llegó el momento en que Elías debía pasar el manto profético a Eliseo, quien se convertiría en su sucesor. Elías encontró a Eliseo trabajando en el campo y lo llamó para que lo siguiera. Eliseo respondió dejando todo atrás y se convirtió en el fiel discípulo de Elías.

En el final de su vida, Elías y Eliseo llegaron al río Jordán. Allí, un carro de fuego descendió y separó a los dos hombres. Elías fue llevado al cielo en ese carro, dejando a Eliseo como el nuevo profeta de Dios.

La historia de Elías nos enseña la importancia de ser fieles a Dios en medio de la adversidad y oposición. A pesar de enfrentar desafíos y peligros, Elías se mantuvo firme en su fe y confió en que Dios cumpliría sus promesas.