Del profeta Nahum no sabemos nada más que lo que nos dice el libro de la Biblia. Era natural de Elqosh, que según san Jerónimo estaba en Galilea, y según otras fuentes, en Judea. Nahum vaticinó el castigo y la ruina de la ciudad de Nínive durante el reinado de Josías, es decir, varios años antes de que ocurriera.
El libro de Nahum comienza hablando sobre el poder de Dios: intenta explicar a los israelitas que han hecho un pacto con el Señor, al que le deben fidelidad. Dios está con nosotros en cada momento, nos cuida y perdona siempre, pero el profeta dice palabras duras ante el abandono y el olvido de este pacto por parte del pueblo elegido: «Yavé es paciente y grande en poderío, y no deja a nadie impune. Marcha en el torbellino y en la tempestad, y las nubes son el polvo de sus pies. (...) ¿Quién podrá permanecer ante su ira? ¿Quién arrostrará el ardor de su cólera? Su furor se difunde como fuego y ante Él se quebrantan las rocas. Es bueno Yavé, como protección el día de la angustia, y conoce a los que a Él se acogen».
Los profetas avisan al pueblo de Dios de las consecuencias del olvido del Señor y sus mandamientos. Cuando el hombre olvida las leyes divinas todo se vuelve en contra de Él, porque somos libres para elegir entre el bien y el mal: «¡Ay de la ciudad sanguinaria, toda llena de mentira y de violencia y de inexhaustas rapiñas! ¡Restallido de látigo, estruendoso rodar de ruedas, galopar de caballos y rebotar de carros, jinetes enhiestos, espadas relampagueantes, lanzas fulgurantes! (...) Tus pastores, ¡oh, rey de Asur!, están dormidos; tus grandes, tumbados; tu pueblo está disperso por los montes, sin que haya quien le congregue. Tu ruina no tiene remedio, tu herida es incurable».
Así de duro habla el profeta Nahum, con el deseo de despertar del letargo al pueblo que ha olvidado el pacto que un día hizo Dios con ellos.
Fuente: Alfa y Omega (El Pequealfa)
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