Por aquel entonces reinaba en Israel un hombre llamado Saúl. Pero Dios no estaba muy contento con él, porque había pecado.
Un día, el Señor le dijo a Samuel:
«Llena tu cuerno con aceite de ungir y vete a casa de Jesé, pues he visto un rey para Israel entre sus hijos. No tengas en cuenta su figura o su talla. Dios no ve como el hombre. El hombre mira lo exterior, pero Yavé mira al corazón».
Así que Samuel se fue a la casa de Jesé, y estuvo viendo a sus siete hijos que allí se encontraban, pero ninguno era el elegido de Dios. Entonces Samuel le preguntó a Jesé:
– «¿Son éstos todos tus hijos?»
– «No –contestó Jesé–, queda el más pequeño, que está apacentando nuestro rebaño».
– «Pues haz que venga», dijo Samuel.
Y llegó el pequeño David. Era rubio, de hermosos ojos y muy buena presencia.
El Señor le dijo a Samuel: «¡Éste es! ¡Úngelo!»
Samuel tomó el cuerno de aceite, ungió con él la cabeza de David, y el Espíritu del Señor estuvo con él para el resto de su vida.
Los filisteos en aquellos tiempos querían hacer la guerra contra los israelitas, y habían acampado sus ejércitos en un monte. Los israelitas, para defenderse, se instalaron en otro monte, justo enfrente de los filisteos, tan sólo separados por un valle. Pero resultaba que los filisteos contaban entre sus hombres con un gigante llamado Goliat, al que todos temían por su tamaño y su fuerza.
Goliat, que era consciente de su poder, gritó ante el ejército de Israel: «¡No hace falta que entremos en batalla! Elegid a uno de los vuestros que venga a pelear contra mí. Si me gana, los filisteos seremos esclavos vuestros. Pero si le gano yo, seréis entonces nuestros esclavos».
Los israelitas estaban aterrados. Resultaba imposible enfrentarse contra un hombre tan grande.
Pero cuando David se enteró, le dijo a Saúl, rey de Israel:
– «Yo lucharé contra Goliat».
– «¡Pero si eres un muchacho, y Goliat es un gigante guerrero!», decía Saúl asombrado.
– «Soy pastor, y he luchado contra osos y leones cuando han intentado robarme mis ovejas. Sé que el Señor está conmigo, y no me abandonará».
Saúl no tuvo más remedio que dejarle ir, y ver cómo llenaban al pequeño David de armaduras y corazas pesadas que le impedían caminar. Como estaba tan incómodo, se deshizo de todas esas corazas y armas y se enfrentó al gigante Goliat con su cayado y una pequeña honda con la que lanzar piedras.
Goliat no se lo podía creer al ver al pequeño pastor delante de él:
– «¿Pero qué te has creído que soy para que vengas contra mí con un cayado?»
– «Tú te enfrentas conmigo con espada, lanza y jabalina, pero yo voy en nombre del Señor de Israel, a quien has desafiado».
Y en el momento en que Goliat intentó acercarse a David, éste cogió la honda y le lanzó una piedra que se clavó en la frente del gigante y le hizo caer de bruces en la tierra.
David había vencido al gigante y los israelitas vencieron, una vez más, con la ayuda de Dios.
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