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domingo, 31 de marzo de 2013
DOMINGO DE RESURRECCIÓN
A mi, Lucas, me toca contaros la parte más bonita de esta historia. ¡Cuánto me gusta contarla!
La Buena Noticia es esta: ¡Jesús resucitó!
No acabó todo en la tarde del Viernes Santo. A los tres días resucitó, tal y como nos había dicho.
Es verdad que nadie le vio resucitar. Pero empezamos a darnos cuenta de que algo maravilloso había sucedido cuando María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y Juan y les dijo:
_ "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, entraron al sepulcro y vieron las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.
Pero eso no fue todo. Jesús resucitado se apareció a sus discípulos en muchas ocasiones. Recuerdo que al anochecer del domingo, estábamos los discípulos en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos, y en esto entró Jesús, se puso en medio y nos dijo:
_ "Paz a vosotros".
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió:
_ "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo".
A veces les costaba reconocerlo, pero os puedo asegurar que era él. Se dieron cuenta de que era Jesús cuando partía el pan y cuando, mirándoles con amor, se lo repartía.
Un día llevó a sus discípulos hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, les bendijo. y sucedió que, mientras les bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios.
Resucitó Jesús y él nos resucitó a nosotros. Resucitó nuestra alegría, nuestra ilusión, nuestra fuerza para anunciar a todos que Dios es nuestro Padre y nos quiere.
sábado, 30 de marzo de 2013
viernes, 29 de marzo de 2013
VIERNES SANTO
Jesús salió de la sala y se llevo a Pedro, a Santiago y a Juan, y marcharon al Monte de los Olivos. ¡Qué triste estaba Jesús! Sabía que pronto lo iban a matar.
Decía:
—Me muero de tristeza.
Y rezaba, lleno de terror:
—Padre: tú lo puedes todo, Líbrame de la muerte. Pero que no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.
Mientras Jesús rezaba, sus discípulos se durmieron. ¡Qué poco aguantaron! ¡No entendían nada de lo que estaba pasando!
Cuando estaba hablando con Pedro, Santiago y Juan, se presentó Judas, uno de los discípulos más cercanos, y con él gente con espadas y palos, mandada por las autoridades. Ellos sujetaron a Jesús y se lo llevaron.
Judas había traicionado a Jesús a cambio de unas monedas.
Y todos sus amigos, se asustaron, lo abandonaron y huyeron.
Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los jefes religiosos. Lo acusaban de muchas mentiras y al final lo condenaron a muerte por decir una verdad, por confesar que él era el Hijo de Dios.
Los soldados y los criados le escupieron y lo abofeteaban.
El pobre Pedro no se atrevió a decir que él era seguidor de Jesús. ¡Qué mal lo paso! Tenía mucho miedo. Cuando canto un gallo, se dio cuenta de lo que había hecho y lloró muchísimo.
Al día siguiente, los sacerdotes con los ancianos entregaron a Jesús a Pilato.
Pilato quería saber la verdad, y se dio cuenta de que Jesús era inocente. Pero no quería quedar mal con los sumos sacerdotes. Como no sabía ya que hacer preguntó al pueblo
—¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?
Y el pueblo, engañado por los jefes religiosos gritaba
—Crucifícalo. Crucifícalo.
Los soldados se lo llevaron al interior del palacio de Pilato. Le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, le golpearon la cabeza con una caña y le escupieron. Jesús callaba, no abría la boca. A nadie devolvió mal por mal
Terminadas las burlas, le pusieron una cruz en sus espaldas y llevaron a Jesús a un monte. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Algunos lloraban, otros se reían y le decían:
—¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.
Desde la cruz, Jesús, a pesar de que no tenía fuerza ni siquiera para sostener la cabeza, dijo cosas impresionantes:
- Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
- Padre, perdónales, que no saben lo que hacen
- Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu
Jesús murió. Cogieron su cuerpo, lo envolvieron en una sábana y lo colocaron en un sepulcro.
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