Había en la ciudad de Cesarea un hombre, llamado Cornelio, centurión de la cohorte Itálica, algo parecido a un capitán del ejército actual. Era un hombre piadoso y generoso con sus bienes y dinero.
Una tarde, mientras estaba en su casa, se le apareció un ángel de Dios que le dijo: "Cornelio, tus oraciones y tus limosnas han llegado hasta la presencia de Dios". Porque tanto él como toda su familia hacían el bien de corazón.
El ángel le dijo que enviase a la ciudad de Joppe a buscar a San Pedro que se hospedaba allí junto al mar. Apenas se fue el ángel, llamó a los dos criados y a un soldado de confianza, les contó todo y los mandó a Joppe.
San Pedro, que había sido también avisado por un ángel, les estaba esperando y les salió al encuentro diciéndoles: "Yo soy el que buscáis". Les dijo hospedaje y, después de que descansaran, se fue con ellos por la mañana a Cesarea.
Cornelio había reunido a todos sus parientes y amigos íntimos, que amaban tanto a Dios como él. Cuando San Pedro llegaba, Cornelio salió a su encuentro y cayó de rodillas a sus pies. Él le dijo: "Levántate, solo soy un hombre".
San Pedro le habló de Jesús a él, a su familia y amigos, de cómo había venido al mundo a salvar a todos los hombres, había muerto en la cruz y resucitado. Ellos son tstigos de esto porque vivieron con él y le vieron resucitar.
Les contó cómo muchos judíos al oír hablar de las cosas que hizo Jesús y de sus enseñanzas se unían al grupo de sus discípulos. La puerta de entrada era en Bautismo y la conversión de sus pecados...
Cornelio y toda su familia escucharon con atención a San Pedro y todos se bautizaron. Cornelio se convirtió así en el primer gentil -es decir, no judío- que llegaba al conocimiento y amor de Jesús.