Al caer la ciudad de Jerusalén en manos de los caldeos, éstos deportaron a Babilonia a un gran número de cautivos, entre ellos iba Ezequiel. Los deportados lloraron a orillas de los ríos de Babilonia, acordándose de Jerusalén.
Cuando llevaba cinco años en Babilonia, mientras se hallaba a la orilla del río Kebar, Dios se le apareció en forma de un carro de fuego y le llamó para que se convirtiera en el profeta del exilio.
Los judíos deportados acusaban a Dios de ser injusto con ellos, al no haberlos cuidado y evitado que los o. Ezequiel les hizo ver que pasarían muchos años en Babilonia y que debían ser justos y dejar de adorar a los ídolos.
En Jerusalén, los caldeos habían puesto a un nuevo rey, pero los pecados continuaban. Desde Babionia, Ezequiel anunció el castigo y cómo la Ciudad Santa sería castigada y Dios la abandonaría.
Poco después las profecías de Ezequiel se cumplían. Los caldeos volvieron a atacar Jerusalén y esta vez la destruyeron, demoliendo el templo y derribando sus murallas. Esta vez también deportaron a Babilonia a muchos judíos.
Ante la depresión que se apoderó de todos los deportados, Ezequiel empieza a animarlos hablándoles de que el templo se reconstruirá y de que Dios les dará un corazón nuevo para que en ellos reina le justicia.
En una foto de sus profecías habla de la T que deben llevar en la frente los que se duelan de los pecados que se cometen contra Dios y contra los hombres. En esta T se ha visto un anuncio del signo de la Cruz que preside la vida cristiana.
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