Fue fabuloso. Yo era muy joven y con Andrés, el hermano de Pedro, íbamos con frecuencia a escuchar a Juan el Bautista, el profeta. Un día, sin esperarlo, nos señaló a Jesús de Nazaret y nos dijo quién era. Eran -no se me olvida- como las cuatro de la tarde; nos fuimos tras Él y conversamos hasta entrada la noche. Un encuentro imborrable.
Días después, mi hermano Santiago y yo estábamos con mi padre, Zabedeo, dándoles un repaso a las redes. Éramos familia de pescadores, como tantas otras junto al mar de Galilea. Pasó Jesús por allí y nos dijo a los dos hermanos que le siguiéramos. No nos lo pensamos ni un segundo. Con El nos fuimos y, de verdad os lo digo, ya nunca nos separamos de El.
¿Cómo lo íbamos a hacer? Gozaba escuchando sus enseñanzas y viendo su preocupación por todo el que estaba en necesidad. A la semana, más o menos, le invitaron a una boda en Caná y nos llevó con El. Allí conocí a su madre, María. ¡Qué bueno lo que les dijo a los camareros: "Haced lo que Él os diga! Desde entonces no me perdía nada de lo que Jesús decía y hacía.
¿Y la alegría que tuve cuando nos escogió a doce de los que íbamos con El para ser sus compañeros y enviarnos a anunciar, como el lo hacía, el Reino de Dios con nuestra palabra y nuestra vida? ¡Hasta nos dio poder para realizar milagros! ¡Una pasada! ¿Y los saltos de alegría que di al ver que entre los elegidos estaba también mi hermano, Andrés y su hermano Pedro?
La verdad es que los doce nos llevábamos muy bien. Solamente una vez nos enfadamos un poco. La culpa fue de mi madre. Nos quería tanto, que un día le pidió a Jesús que cuando estuviera en su reino -ni ella ni nosotros sabíamos muy bien a qué se refería al hablar de este tema- nos colocara a cada uno a un lado suyo. Jesús lo solucionó estupendamente. Nos dijo que en su reino el primero tenía que ser el servidor de todos. ¡Lógico! Teníamos que ser como El...
En alguna ocasión -de tres me acuerdo yo- Jesús quiso que sólo estuviéramos presentes Pedro, mi hermano y yo: en la resurrección de la hija de Jairo, el jefe de la sinagoga, cuando se transfiguró en la cima del monte Tabor y pco antes de la traición de Judas, uno de los doce, durante su oración en el huerto de los olivos. Lo de Judas yo ya lo sabía; me lo había dicho Jesús mismo un rato antes, casi al final de la cena. Una confidencia que me impresionó la tira.
¿Sabíais que pude seguir muy de cerca todo el proceso de Jesús? ¡Qué pena me dio cuando Pedro negó a Jesús! ¡Pero qué alegría al ver su arrepentimiento después de encontrarse con su mirada! Y también estuve al pie de la cruz acompañando a María, la madre de Jesús. ¡Cómo sufría al ver a su hijo! Y, desde luego, nunca me habría imaginado lo que Jesús hizo entonces conmigo: me dijo -¡casi nada!- que su madre era mi madre. Y yo así la cuidé hasta que murió.
¡Cómo corrimos Pedro y yo! Íbamos al sepulcro de Jesús. Queríamos comprobar lo que algunas mujeres del grupo habían dicho: la tumba estaba vacía. Pedro llegó con la lengua fuera. Yo, más joven, le esperé y dejé que entrase el primero. Efectivamente, Jesús no estaba en el lugar de los muertos. Poco después le vimos vivo y ¡vivo para siempre! Había resucitado.
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