Hace muchos, muchos años, un hombre llamado Abram vivía en Ur, una zona del actual Irak. Era un hombre bueno y honrado, que cumplía siempre su palabra y estaba casado con una mujer tan hermosa que se llamaba Sarai, que quiere decir princesa. Tenía muchas ovejas y cabras y gran cantidad de sirvientes.
Un día Dios habló con Abram y le dijo: Sal de tu tierra que yo te llevaré a una tierra que te daré a ti y a tus descendientes. Abram cogió a su mujer Sarai, a todos sus sirvientes, a todos sus animales y posesiones y se puso en marcha hacia la Tierra Prometida, que desde entonces así se llama Palestina, donde nacería con el pasar de los siglos Jesucristo.
Abram llegó a Palestina y Dios le volvió a hablar. "Toda la tierra que ves te la daré a ti y a tus descendientes", y en ese momento les cambió el nombre a Abram y a Sarai que desde ese momento se llamaron Abraham, que significa padre de muchos pueblos y Sara, madre de reyes.
Un día que Abraham estaba en su tienda le visitaron tres hombres enviados por Dios que le prometieron que en un año tendría un hijo. Como Abraham tenía cien años y su mujer noventa, Sara, que estaba oculta dentro de la tienda se rió. Se enfadaron los hombres y le dijeron a Sara: ¿Es que acaso hay algo imposible para Dios?.
Y no había nada imposible para Dios porque al año Sara tuvo un hijo, Isaac, hijo de la promesa. Al cabo de unos años, Dios volvió a hablar a Abraham y le dijo: "Coge a tu hijo, a quien tanto amas, y ofrécemelo en sacrificio". Abraham sin decir nada cogió a Isaac y se fue al monte Moria.
Cuando iban subiendo al monte donde Dios le había pedido que hiciera el sacrificio, Isaac, extrañado por los preparativos, preguntó a su padre: "Llevamos el fuego y la leña para el sacrificio, pero dónde está lo que se va a sacrificar". Abraham le respondió: Dios proveerá.
Cuando llegaron a la cima del monte, Abraham cogió a Isaac, lo ató, lo puso encima de la leña y cogió el cuchillo para matarlo. Pero un ángel de Dios le gritó: "Abraham, Abraham, no extiendas tu mano sobre tu hijo". Y dándose la vuelta Abraham encontró un carnero que ofreció en sacrificio en lugar de Isaac.
Y Dios dijo a Abraham: "Por lo que has hecho, por no negarme ni siquiera a tu hijo, lo que más querías en el mundo, te bendeciré largamente y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas del mar". Y, por eso, a Abraham se le llama "nuestro padre en la fe" porque tuvo tanta fe en Dios como para obedecerle y quererle más a Él que a lo que más quería en el mundo.
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